sábado, 21 de enero de 2012

Romina MB10F - Por Emiliano G. Vuela (reeditando clásicos)

Un cuento de ciencia-ficción apto para todo público

- ¿Tres por siete?
- Veintidós. Perdón, veintiuno.
Un murmullo recorrió el aula. La maestra pareció tomarse de los bordes del escritorio para no caer. Algunos chicos se rieron y otros aún no podían creer que se hubiese equivocado. Fueron unos pocos segundos donde nadie supo bien como reaccionar. Romina se había equivocado. O como luego gritaría Manuel desde el fondo del aula: “la robot se equivocó”. Esa era la verdad. Romina, una androide de última generación se había equivocado.
Diseñada para ayudar en el aula, Romina MB10F era una de las primeras robots asignadas a una escuela bahiense. Con capacidad para procesar cincuenta mil datos por segundo había fallado inexplicablemente en algo tan sencillo como una multiplicación. Sentada en un rincón del aula, víctima de todas las burlas diarias y de algún saludo ocasional, la robot debía responder cuando nadie quería hacerlo y eventualmente hacer la tarea de los alumnos. Programada para colaborar, respondía sólo cuando le preguntaban y permanecía en silencio el resto de la clase. Pálida y rubia, obediente y responsable, estaba modelada a la imagen de una niña de doce años. Al mirarla era imposible descubrir los pocos meses que llevaba de estar activada. Alumna ideal era el sueño de muchas maestras y padres hecho realidad.
Esa tarde había sido tan aburrida como otras. La androide se mantuvo imperturbable, la vista al frente y su cuerpo conectado a la computadora central del aula. La clase avanzaba como siempre. Pasó Historia y pasó Lengua sin necesitar de la robot. Hasta que cerca del atardecer, poco antes de la hora de salida, la maestra hizo esa trágica pregunta que la máquina debió contestar. Rodeada por las risas de los chicos, la robot esperó en silencio alguna otra pregunta. La maestra no podía hablar y sólo el chillido avisando la hora de salida en los monitores pareció interrumpir la sorpresa general.

- ¡¿La robot?! – preguntó la directora - ¿Está la filmación?
- Sí, te la paso – dijo la maestra presionando una tecla de su videorreloj.
Una hora después, la Central de Escuelas Municipales analizaba el video. Un error inesperado y preocupante. La solución educativa tecnológicamente más efectiva había fallado. La tarea de la escuela podía ser puesta en dudas. Era necesario tomar medidas rápidas para que este problema no se repitiera.
Al día siguiente, los padres acudieron preocupados a la escuela y pidieron observar de cerca a ese extraño androide defectuoso. Parada en el medio del gimnasio, la robot aguardó la llegada de los angustiados familiares. Llegaron gritando y exigiendo una educación adecuada considerando la plata que estaban invirtiendo en sus hijos. La androide fue observada, fotografiada, escaneada y hasta alguna madre llena de coraje pasó su dedo sintiendo el frío de la piel sintética. Era increíble parecía humano pero, como afirmó luego una de las señoras, le faltaban sentimientos para ser realmente una niña. Luego de rodearla durante algunas horas, se marcharon insatisfechos y Romina volvió a quedar sola. Permaneció unos segundos atravesada por el juego de reflejos del sol en el piso del gimnasio. Allí se hacían los bailes de egresados, aunque siempre de noche. Lástima. Jamás podrían bailar entre los rayos del sol. Miró las ventanas cerca del techo, giró y se marchó. Una hora después aguardaba al día siguiente encerrada en su armario.
Ese día no se pudo dar clases. Todos hablaban del robot fallado. Los chicos inventaban canciones burlándose del androide y los padres hablaban con medios de comunicación de todo el mundo, inclusive hasta con la nueva señal satelital de la Luna. Cooperativa Robótica Limitada, el fabricante del modelo MB10F, consideró que esto no era buena publicidad y decidió intervenir.
Los técnicos llegaron temprano. Clausuraron la escuela y pidieron ver el aparato que tenía problemas. La robot llegó un minuto después y se detuvo una vez más en el centro del gimnasio. Protegidos con trajes especiales pidieron que se alejara todo personal ajeno a la empresa y comenzaron su trabajo. El chequeo de la máquina tomó todo el día. La desarmaron, desmontaron, monitorearon su unidad central de memoria, el procesador principal y el de reserva, las fuentes de energía, el circuito interno completo y hasta las terminales capilares de cada cabello fueron testeadas. Finalmente, los técnicos se marcharon tan misteriosos como habían llegado. Romina quedó sola y se encerró temprano en su armario aprovechando la tranquilidad para ajustarse los dedos de la mano izquierda, que los técnicos habían dejado algo flojos. Esa madrugada la pasó descifrando los ruidos del campo que todavía se podían escuchar entre el caos aturdidor de la ciudad. El sonido del viento entre las hojas se oía distinto, raro y agradable. Decidió grabarlo en su memoria.
El informe técnico se publicó a la mañana siguiente. El robot modelo “Muy Bien 10 Felicitado” conocido por el acrónimo MB10F, número de serie 01061976, alias Romina, no presentaba ningún tipo de falla mecánica. Ningún virus había afectado al equipo, ni al sistema operativo. El error cometido en la clase era la primera falla presentada en un robot producido por Cooperativa Robótica Limitada. Sin embargo, la empresa - siempre atenta a las exigencias de sus clientes - decidía descontinuar este modelo, cortar de inmediato su producción y desactivar todas las unidades que se hallaban actualmente en funcionamiento. La tranquilidad ya podía volver a las escuelas, maestras y padres. Los chicos apenas le dieron importancia al anuncio. Romina recibió un mail interno esa noche mientras imaginaba un plano tridimensional para comprender el vuelo de una polilla nocturna atrapada en el interior de su armario.
A la madrugada, la puerta del armario se abrió y la polilla atrapada huyó. Romina recorrió la escuela, pasó a través del gimnasio, cruzó el largo pasillo principal y entró a su aula. Allí, sin prender las luces, caminó entre los bancos. Fue hasta al fondo del salón, pareció elegir una computadora, se sentó y la prendió para escribir algo apenas rozando el teclado. Luego se marchó.
A la mañana siguiente, el alboroto empezó temprano. El armario abierto y la ausencia del robot inquietaron a todos. Muchos la buscaron pero nadie la pudo encontrar. Sólo Manuel sentado en el último banco del aula pudo entender que había pasado. Esa mañana, en la pantalla de su computadora encontró un mensaje: “Manuel, no me mirés cuando respondo una pregunta de la maestra. Me pongo nerviosa y me equivoco. Romina” Ese día Manuel conoció el nombre de la robot y Romina, caminando por un enorme campo de trigos barridos por el viento y ya muy lejos de la ciudad, supo que su mensaje había sido leído.

Imaginaria Nro 140

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