viernes, 31 de diciembre de 2010

Presentación del libro 2

Un momento de la presentación de "Bahías" en la FEA 2010
Casa de la Cultura, Bahía Blanca, 11 de diciembre


Click en la imagen para agrandar


En la foto, de izquierda a derecha de su pantalla:
El poeta y editor, Diego Rosake
Al centro, quien escribe estas palabras
Cerrando la barrera, Daniel Martínez, poeta y librero de corazón y de ley, quien realizó las palabras de presentación.

A propósito de Daniel, les dejo una plaqueta con un poema de Mr. Martínez, una de esas pequeñas joyas que se manda bastante seguido:


Click en la imagen para agrandar

Recomiendo darse una vuelta por los blogs de Daniel.
Les dejo el link a dos de mis preferidos:

Menú de la casa: selección mayor de plaquetas

Katrú: un clásico de la poesía bahiense en edición bloguerea.

martes, 28 de diciembre de 2010

Defendamos a IMAGINARIA y LA BIBLIO DE LOS CHICOS

TELEFÓNICA LE QUITÓ EL APOYO A "IMAGINARIA", Y DARÁ DE BAJA A "LA BIBLIO DE LOS CHICOS" Y "GUÍA DE LETRAS"

Por favor, leer y difundir el blog

http://noalcierredelabiblio.blogspot.com/

Los que apoyen la iniciativa, enviar nombre completo, apellido y DNI a

noalcierredelabiblio@gmail.com

Con mucha sorpresa y disgusto recibimos la noticia de que la Fundación Telefónica deja de publicar La Biblio de los Chicos donde Banda Dibujada lleva adelante la sección HISTORIETA. También suspende la página Guía de Letras y, como si esto fuera poco, le retira el apoyo a la Revista Imaginaria

Queremos suponer que ellos ignoran todo lo que estos sitios significan para lectores, docentes y especialistas en literatura infantil y juvenil, de otro modo, no se justifica semejante decisión.

Tanto la Guía como la Biblio se "congelan" a partir del 1º de enero de 2011 y, según nos informan, permanecerán on line, redireccionadas a un servidor de España.

Los que adhieran a la prouesta, solicitan a la Fundación Telefónica que revise esta decisión y convocamos a todos quienes puedan colaborar para sostener estos sitios que tanto han trabajado por difundir y promover la literatura infantil y juvenil.

Por favor, leer y difundir el blog

http://noalcierredelabiblio.blogspot.com/

Los que apoyen la iniciativa, enviar nombre completo, apellido y DNI a

noalcierredelabiblio@gmail.com

BANDA DIBUJADA

http://bandadibujada.blogspot.com/

Fundadores: Chanti/ César Da Col/ Junior/ Fabián Mezquita/ Adrián Montini/ Juan S.Valiente/ Roberto Sotelo

Contratapa de "Bahías"

Texto que acompaña la edición de "Bahías" - Hemisferio Derecho Ediciones

Al buscar “bahía” en Internet, Wikipedia arroja: “Bahía Blanca, ciudad argentina, que a veces se la llama simplemente Bahía”. El primer nombre se tomó del de la bahía geográfica, la cual se llamó Blanca por el salitre en sus costas; en el estuario bahiense hay dos bahías más: Falsa y Verde.
Ordenados en función de los nombres geográficos de las bahías, los relatos reunidos en este volumen buscan representar el temperamento de la ciudad: una que adquiere un adjetivo distinto para cada quien. Como un buen cartógrafo, Emiliano traza y delimita: recorre los puntos de unión y los de inflexión con exactitud; un trazo que atemoriza al poder visualizarlo.
Estos cuentos reflejan un deseo de identificar desde el propio ser lo que ha sido descrito y legitimado como relato “real”; él va más allá, expone situaciones incómodas, aquellas que fragmentan todavía más, esa mezcla de lugares que a veces no son ninguno.
La escritura de Emiliano se inscribe en la mejor tradición narrativa. No lo decimos porque sea nuestro amigo: los textos se defienden solos. Quien abra el libro descubrirá la obra de un autor que está llamado a deslumbrar.



Lorena Curruhinca/Gerónimo Unibaso

Editorial Semilla
Bahía Blanca, noviembre de 2010.


Mil gracias por el texto, Gerónimo y Lorena.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Ambrosía

Fragmento del cuento "1982", publicado por Natalia Molina en su blog de poesía y anexos.
Gracias por el gesto, Natalia.

AMBROSIA para "1982"

Y una pequeña enorme muestra de la poesía de Natalia que se puede encontrar en el blog:

somos los que somos

somos llave y cerradura

agua y sed

tierra seca y lluvia

helada de julio y sol de mediodía

grito susurro y silencio

tempestad vértigo y calma

frutilla con crema

café con leche

fideos con manteca y queso

papel lapicera y mano

que luchan por escribir otra historia

somos los que somos

el hambre y las ganas de comer

la sábana y el colchón

la veleta y el viento

inseparables

somos los que somos

construyendo el amor más insólito

un espacio de luz

una rendija en dónde no existen imposibles.


Natalia Molina

domingo, 26 de diciembre de 2010

Presentación del libro

A pocos kilométros de la ciudad existe una reserva ecológica llamada Bahía Blanca, Bahía Falsa, Bahía Verde. El azar o la historia quiso que la ciudad llevara el primero de estos tres nombres, aún sabiendo que cualquiera de estos tres epítetos merecían una ciudad como la nuestra.

Esta colección de cuentos propone recorrer estas tres Bahías. Tres que son una y varias más. Ficciones ordenadas quizá también azarosamente y que de ninguna manera pueden agotar esta ciudad pura e inocente, hipócrita y banal, inmadura y esperanzada.

Lectores estas son mis bahías. Espero que las disfruten.

Blog de la editorial
Web de la editorial

Monte (fragmento de algo que anda surgiendo)



Publicado en "Esto no es una revista literaria" Primavera 2010

Link: el de Ella y el de El

Una sola vez alzó la vista en todo el viaje. Una sola vez dejó de seguir el trazo monótono de la línea blanca en la ruta y fue para ver esa construcción carcomida por el aire salitroso del mar, que inexplicablemente su padre insistía en llamar “hotel”. Bajó del auto sintiendo aún el zumbido del motor. Dejó avanzar a su familia y de lejos observó a su hermano corriendo alegre hasta la entrada del edificio. Se subió el cierre de la campera y avanzó quizás resignada. Trató de alejarse de su familia y siguiendo un camino de tablas bordeó el perímetro del hotel hasta alcanzar los fondos. Pudo escuchar a su padre abriendo la puerta principal, puteando bajo mientras trataba de encontrar la llave de la luz. Caminó un trecho breve oyendo el crujir de las maderas. Alcanzó una cerca de alambre, la saltó, se acercó y se detuvo casi al mismo tiempo en que descubría que ya no era melancolía lo que sentía sino una verdadera tristeza, que calada en su estómago subía hasta los ojos queriendo liberarse. Hundió las manos en los bolsillos de la campera y se paró al borde de la pileta. Una enorme piscina llena de arena. Dibujó una línea con la punta de la zapatilla y notó que era tan chata y aburrida como la marca de la banquina. Levantó la vista y fue como si el mar apareciera de golpe, imponente en su fragor, pero tan insignificante para ella como ese dibujo en la arena de una piscina abandonada. Miró alrededor. Estaba sola y lloró no sólo por lo que dejó atrás sino por esto que venía. Este invierno tan aburrido como la ruta desde Bahía hasta Monte, aunque lamentablemente no tan breve.

Puso un pie dentro de la piscina. Notó con desazón que el pie apenas se hundía. Dejó descansar todo el peso de su cuerpo en ese pie. Cedió imperceptible. Extendió los brazos para mantener el equilibrio, mientras los párpados se cerraban. Un gesto automático, teatral e inútil. El viento ni siquiera venía del mar. Olía a ciudad vacía: paredes húmedas y salitrosas. Volvió a pararse en los dos pies y abrió los ojos. Caminó hasta el centro de la piscina y se detuvo en una pequeña elevación. Escuchó a la familia descargando las valijas y las cajas en el interior del hotel. Unos gritos apagados se oyeron desde el primer piso. Era su hermano dedicándose a abrir y cerrar puertas para probar el eco de cada una de las habitaciones vacías. Se sentó. La arena estaba fría. Hundió un poco más las manos en los bolsillos, estirando la campera hacia abajo y cerrando los puños. Seguía triste pero a esta tristeza se había unido una furia incomprensible. El viento apagaba el sonido del mar. Un mar espeso y achocolatado, de olas revueltas y pequeñas, de pájaros perdidos revoloteando aquí y allá. Apretó los puños contra su panza y sintió un ligero retorcijón. Clavó los talones en la arena dejando dos profundos hoyos. Luego se levantó y entró al hotel.

En su cuarto – nadie le había preguntado si quería esa habitación, pero viendo lo alejada que estaba del movimiento del resto del hotel, decidió no quejarse – ya estaban sus dos valijas sobre un colchón pelado y algo sucio. Empujó las valijas al piso y dijo “nada” a su madre que desde el piso de abajo preguntaba qué era ese ruido. Rutina: tal acción, merece tal pregunta, a la que sigue tal respuesta, que concluye en esta tranquilidad odiosa e hipócrita. Se sacó la mochila y la tiró junto a las valijas. Sopló el colchón. Una ligera cortina de polvo se levantó. Partículas flotaron delante de sus ojos, puntos de luz formando diagonales rectas en el vacío del cuarto. Acostada vio un techo blanqueado a la cal, un ventilador fijado al techo por telarañas y unas tulipas en las paredes amputadas de sus foquitos. Miró hacia la ventana. El cielo se cerraba en nubes grises. No oía el mar, apenas lo adivinaba yendo y viniendo a la costa. Buscó en el bolsillo del jean. Sacó un porro a medio fumar y lo encendió. Tres pitadas, una ventana que se abría, una suave brisa que limpiaba el cuarto, dos pitadas, una mano que podía atravesar las paredes, hundirse en el pecho del hotel y sacar un corazón seco como una piña de pino, con escamas de pez y telarañas blancas en sus recovecos, una última pitada, un papel Ombú que se quema con un ruido ensordecedor de brasas infernales y un par de manos ajenas que revolotean sobre su cara hasta que se duerme acurrucada en un colchón que trata de abrazarla y no puede.

Despertó a la noche con un llamado a comer que llegado desde altamar viajó en un barco fantasma que boyaba oxidado entre olas cargadas de limo y mugre. Bajó la escalera y se sentó a la mesa, apenas murmurando un saludo. Comieron algo y descubrieron cuánto iban a extrañar al televisor. Escucharon radio: una voz monótona de palabras insignificantes. En el puré hizo una cara y con las marcas de la parrilla del bife le dibujo una cárcel que la encerró para siempre. Revolvió todo un poco, tiró algo al piso y se levantó. Algo dijo su mamá, que su papá pareció aprobar y que ella no escuchó. Subió a su habitación. El cuarto estaba frío. Agarró una toalla y salió al pasillo. Un foco amarillento iluminaba apenas. Al final del pasillo la luna asomaba a través de una cortina de nubes. Caminó y se detuvo al borde de la ventana. Giró la falleba y abrió las hojas de la ventana. Un aire húmedo se coló rápidamente. Miró hacia abajo. El camino de madera estaba apenas cubierto por la arena, que arremolinada no se terminaba de decidir en dónde pasar la noche. Apoyó las manos en el marco y se asomó, casi medio cuerpo afuera. Ahora la brisa parecía venir del costado, desde una casa desvencijada que apenas se adivinaba en la oscuridad de la playa. Entró y cerró la ventana. En el baño, mientras el agua de la ducha caía y el vapor cubría la habitación, pensó dos cosas: que sus pechos seguían siendo demasiado pequeños y que a la mañana siguiente iría a visitar esa casa. Esa noche soñó con una casa vacía llena de voces atrapadas en las paredes y sus manos eran martillos que destruían esas paredes pero que no lograban liberar ninguna de esas frases contenidas.


Link: Maragogi en Flickr

Ciudad de Villa Mitre, madrugada tranquila, un tema de The Smiths de fondo.

sábado, 24 de julio de 2010

Fantasías animadas de ayer y de hoy en papel e imágenes




Muy interesante blog sobre literatura, videojuegos y cine fantástico. Textos breves, claros y precisos que dejan picando al bichito de la curiosidad. Muy entretenido para recorrer un sábado a la tarde algo frío como el de hoy, con una taza de café cerca y algo de música dando vueltas por ahí.

El link:

Mundos paralelos
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domingo, 20 de junio de 2010

Las ruinas de Bahía Blanca



Los invito a visitar este blog. Excelente en muchos aspectos pero destaco particularmente esta última entrada (vean el video, vale la pena, realmente), en donde se invita a repensar la ciudad y las intervenciones que se están haciendo en ella a partir de una idea de "mejora" bastante discutible.
El link:
http://lasruinasdebahiablanca.blogspot.com/

jueves, 10 de junio de 2010

Palabras para el día de la bandera 2006 (inmerso también en la fiebre mundialista futbolera, aunque alemana por aquellos años)

En 1986 Argentina salía campeón en el Mundial de México. Yo tenía 10 años y una conciencia algo despierta sobre lo que representa un mundial de fútbol para nosotros los argentinos. Así que fueron pocos segundos los que separaron el triunfo de Argentina frente a Alemania y mi pedido para ir a festejar a la plaza. La plaza estaba llena y si bien los recuerdos no son tan claros todavía tengo presente a la gente gritando y abrazándose entre los autos, las bocinas y las motos. Yo había agarrado una bandera que habíamos comprado luego que Argentina pasara a cuartos de final (siempre buscamos hacer inversiones más o menos seguras en casa). La tomé sin pensarlo, casi por no ser menos, y la agitaba más como un juego que con sentimiento. Sin embargo, cuando bajamos del auto y empezamos a avanzar hacia la Municipalidad llevados por la marea de gente, mi papá me subió a un mástil de la plaza y empecé a agitar la bandera. La gente, y quizás no sea más que una exageración de mi memoria, empezó a gritar y cada vez que movía la bandera, la gente gritaba más y más. Ahí comprendí que la bandera era algo más que esa oferta mundialista y comercial.
Pasaron siete, quizás ocho años, y yo había comenzado a escuchar música. Era 1992 y Divididos había sacado un disco increíble. Vinieron a Bahía Blanca y la cancha del Club Estudiantes se había llenado. Fue uno de mis primeros recitales y recuerdo que al entrar me llamó la atención la cantidad de banderas argentinas que colgaban de la tribuna. Había venido gente del Gran Buenos Aires, de Capital, de La Pampa, varios de la zona. Para muchos era nuestro primer show de Divididos y ver desplegarse una enorme bandera argentina en la tribuna de Ángel Brunel, verla caer sobre la cancha y cubrirnos, sentir las luces apagarse y empezar a cantar el Himno fue algo realmente emocionante. Emocionante porque nunca había cantado el Himno sin música y con tantas ganas como esa vez. Raro, en gran medida, porque como ustedes, apenas si murmura el Himno o el Aurora en los actos del colegio. Y si esa noche terminé afónico y dolorido fue en gran medida por los gritos finales del “juremos con gloria morir” y el agite apasionado de esa enorme bandera argentina.
En el 2001, con el punto más alto de la crisis en Argentina, muchos optaron por irse del país. Esto seguro lo recuerdan, no fueron buenas épocas y en la desesperación muchos optaron por cambiar de aires, buscar nuevas oportunidades. Entre ellas mi hermana, viajó a México y estuvo dos años afuera. A la vuelta, entre muchas anécdotas de viajante primeriza, siempre contaba como se reunía con otros argentinos en peñas o bares para festejar el 25 de mayo, el 9 de julio o, como nosotros hoy, el día de la bandera. Eran reuniones que rápidamente pasaban de la felicidad a la nostalgia, de la alegría a la melancolía. Muchos veces eran desconocidos unidos por algo tan abstracto y azaroso como la pertenencia a un país, que emocionados cantaban el himno o Aurora a viva voz.
Me pidieron que escribiera unas palabras sobre la bandera y pensé en estas anécdotas personales porque creo justamente que la bandera es eso: un símbolo que nos representa como nación pero también como individuos. Y ahí donde aparece una bandera argentina cada uno de ustedes sentirá o recordará cosas diversas y sin embargo, en esa variedad van a estar unidos por el mismo símbolo que tantas cosas dispares genera. Un símbolo, 37 millones de significados. No es poca cosa para una bandera que conmemoramos una vez al año y que raras veces le cantamos a la mañana con verdaderas ganas. En pleno fervor mundialista, los invito a pensar esta idea de bandera no sólo como símbolo de una nación, sino como símbolo de lo que ustedes son como ciudadanos. ¿No vale la pena cantar, saludar y aplaudir a algo tan valioso como ustedes? Yo creo que sí.

miércoles, 9 de junio de 2010

Palabras para el día del maestro 2008


Yo odiaba a Sarmiento. Lo odiaba con toda la pasión con la que puede odiar un chico de 10 años. Lo odiaba porque cada vez que yo consideraba que mi educación podía tomarse un día de descanso, aparecía alguien diciendo que Sarmiento nunca faltó a la escuela. Y me lo imaginaba bajo la lluvia y el viento con sus libros bajo el brazo, avanzando. Alumno perfecto. Lo odiaba porque tenía un patio enorme en su casa, con un árbol increíble y en vez de pasarse la tarde colgado de sus ramas, se sentaba al lado de su mamá a estudiar mientras el sol caía de lleno sobre la higuera. ¿Cómo aguantaba las ganas de jugar? Con razón de grande tenía el ceño fruncido y esa mirada terrible, nunca se había divertido. Eso creía yo y lo odiaba. Encima, y fundamentalmente, era el padre del aula, ese invento terrible que interrumpía mis siestas.

Después empecé el secundario y me olvidé un poco de Sarmiento. Cada tanto aparecía en las clases de Historia o de Lengua, pero me resultaba indiferente. Era un acto escolar, un feriado, un autor difícil de entender. Hasta que llegó quinto año y descubrí que también era un ser humano.

Quizá la foto la hayan visto. Es una foto de Sarmiento, ya muerto, sentado en su habitación. El cuerpo ya vencido, inclinado, casi cayéndose. Está tapado con una manta y todavía mantiene ese gesto adusto. Un detalle de esa foto me llamó la atención. A los pies del prócer hay una vasija, una chata que la foto no asegura vacía, y que revela un Sarmiento en extremo humano. ¿Este cuerpo derrotado es el padre del aula? ¿Así termina un prócer?

Muchos de ustedes leen historia y saben que la realidad dista mucho del prócer. La mayoría sabe la distancia enorme que hay entre el hombre y el prócer. Sin embargo, quiero aprovechar la ocasión para rescatar la figura del prócer, ese que tanto odiaba yo.

Porque un prócer es eso: una figura perfecta. Un modelo que no puede existir en la realidad. Un prócer es una utopía, algo inalcanzable. Hoy podría haberles hablado del Sarmiento hombre, con todas sus contradicciones, aquel hombre que posiblemente se haya enfermado y faltado, como ustedes, alguna vez a la escuela. Pero prefiero recordar al Sarmiento prócer, al modelo, a la utopía.

Y hoy, donde la educación es sistemáticamente atacada, pensar, nosotros docentes y ustedes alumnos, en el Sarmiento prócer es mucho más que cumplir con un acto escolar. Es plantearse un modelo, una utopía a defender. Es encarar una lucha de ceño fruncido. Es elegir estudiar antes que vivir colgado de una rama. Es esforzarse. Es soportar, quizá, que te odien. Pero con la certeza de que estás avanzando y que, afortunadamente, sos mucho más hombre, que algunos que ya se creen próceres, y todavía no han empezado a ser humanos.

martes, 8 de junio de 2010

La moral entre las tetas


Esta es la imagen que acompañó al texto que aparece más abajo sobre las mujeres y el cine. Una muestra multidisciplinar que estuvo muy piola organizada por Andrea Testarmata y gente variada y hermosa.

jueves, 3 de junio de 2010

Mujeres y cine

Mis mujeres en el cine

Texto que acompañó la muestra de poemas, fotos, música y danzas "Mirame a los ojos", organizada por Andrea Testarmata, en Bahía Blanca durante los meses de abril y mayo del 2010.





Me gustan las mujeres de Fellini. La matrona mitológica que vende cigarrillos en “Amarcord” y ahoga púberes en sus pechos generosos. Me gusta Anita Ekberg vagando diáfana y rotunda por la fuente, mientras la mirada confundida de Mastroianni trata de comprender y guardar en su memoria ese momento.
Me gusta la Coca Sarli flotando en el río, desnuda, con sus grandes tetas cortando la corriente turbia del Paraná. La recuerdo envuelta en tapados de piel y en deshabille de generoso escote.
Desparramo de maní con chocolate Shot al ver las piernas torneadas y magras de Lena Olin ahorcando a Gary Oldman, descontrolada y enfurecida, asesina profesional, una y otra vez repetida y reducida en las tardes domingueras de I-Sat.
Extraño a Jennifer Connelly, adolescente y soñadora, enfrentando el glam ochentoso de David Bowie en “Laberinto”. Recuerdo el vacío en los oídos y los retorcijones en la panza cuando me miraba directo a los ojos y me recitaba la invocación contra Jareth, el rey de los duendes (porque me hablaba a mí, púber incipiente de fácil amor y vocación cursi-romántica).
Recuerdo la nariz torcida, contrahecha, de Rosi De Palma, chica Almodóvar, que mereció mis elogios y una extraña fascinación que aún perdura.
Me acuerdo de Graciela Borges y Soledad Silveyra, jóvenes todavía. Una, blanco y negro en función privada con Berruti y Morelli en un verano del ochenta y pico descubriendo a Torre Nilsson sentado junto a mi viejo en la cocina de mi casa. La otra, en furioso technicolor, rubia y adolescente, en cursi y gitana historia de amor, sentado junto a mi vieja, una tarde de sábado, lluviosa (quizá invierno), café con leche y torta casera y Sandro bailando pelos del pecho al viento.
Me acuerdo de la madre que llora por su hijo que cae rodando escaleras abajo en “El acorazado Potemkim”, de María en “Metrópolis” (aunque primero la conocí en “Radio Ga-ga” de Queen) y de la florista ciega a la que ayuda Chaplin. Mudas, de miradas profundas y gestos ampulosos.
Me inquieta Michelle Pfeiffer diciendo “miau” mientras estalla Ciudad Gótica. Me inquieta el recuerdo de mirar a escondidas con unos amigos de la primaria (logística grupal y sincronización milimétrica con ausencia de padres incluida) a Kim Basimger en “Nueve semanas y media”: camisón blanco, tacos agujas, lluvias, frutillas y sombrero con el sonido ambiente de los cabezales de la video girando desesperados porque el tiempo era poco y los padres muchos.
Me acuerdo de Adriana Brodsky, en pantalla gigante, en el cine Plaza, diciendo “maestro, soy fea” y girando displicente para mostrarnos lo que habíamos ido a ver. Me resuena el silencio sepulcral, incómodo por la presencia de alguna novia, hermana o prima, que invadió la sala cuando Cecilia Dopazo mostró que era del palo en aquella terraza junto al Tanguito fachero de Fernán Mirás.
Me acuerdo que para mí una vez el cine fue de superagentes y titanes, de Chatrán y Benji perseguido. Me acuerdo de tiempos pasados en donde iba al cine para pasar el rato. Buena suerte marcó mi camino, las cosas cambiaron repentinamente, y en la oscuridad del cine Ocean (hoy timba popular) algo se reveló, algo que empezó en la pantalla y continuó bastante más abajo. Algo que se hizo recuerdos, algo que perdura y se repite cada tanto, en citas particulares, ocasionales y esporádicas, en donde yo espero nervioso como aquella primera vez hasta que ella aparece en la pantalla.




lunes, 24 de mayo de 2010

¡Larga vida a los zombies!


El fanatismo por el cine de género no cuenta con la mejor fama. Muchas veces termina encuadrado en el fanatismo bizarro, en la acumulación de datos por algún nerd tardío, gordo y barbudo que agota sus tardes en los continuados de clase B y Z.

La pose intelectual no parece gozar del cine de género. El intelectual mira directores (el solo hecho de reconocerse fanático de, por ejemplo, Krzysztof Kieslowski y pronunciarlo correctamente, te da un aura intelectualosa de reconocida efectividad entre los pares y el grupo familiar). Eventualmente, puede reconocerse fanático de algún actor (las opciones son: desconocido europeo; segundón recurrente; europeo que no transó con el cine industrial – olvidate de Depardieu –; y alguno comercial que coquetea con el cine de autor – John Malkovich es un ejemplo recurrente aunque haya hecho engendros como “Con Air” – nota al pie: ¿se comercializa las extensiones que utiliza Nicholas Cage en esa peli?).

El género en el cine parece ser una categoría demasiado difusa. A primera vista, no llega a reflejar un espíritu crítico, ni siquiera una mínima selección. Lo más impreciso que se permite un intelectual es el gentilicio (preferentemente, europeo o en el grado máximo de la exquisitez las variedades asiáticas y árabes).

Reconocerse fanático de las películas de zombies te conduce a un culposo lugar de inmadurez intelectual. Sin embargo, la cinefilia no pasa solamente por la última y escondida perla del cine iraní o por el cine independiente yanqui que mucho tiene de comercial bajo ese disfraz. En el medio del gore más sangriento, entre tripas evisceradas y chicas de pechos prominentes huyendo de frente a la cámara, uno puede habilitar un espacio de reflexión tan significativo como el sugerido de manera, quizás, más explícita en el cine de autor. Y no estoy hablando de los ejemplos clásicos de metáforas de la sociedad que son las pelis de George Romero o los zombies anti-Bush de Joe Dante en “The homecoming” (2005). La fascinación por los zombies es la posibilidad de ver las escasas diferencias que existen entre los muertos vivos y las prácticas habituales de nuestra vida cotidiana. El terror de la vuelta a la vida sin el límite de la ley (lean “alma” si quieren), la antropofagia y la supervivencia regida por las lógicas más elementales (matar o morir) son ocasión de entretenimiento pero también de crítica.

Basta mirar las primeras escenas de “Shaun of the dead” (2004) de Edgar Wright. En el marco de la acidez típica del humor inglés, dos amigos enfrentan una epidemia de zombies tratando de mantener la estupidez, ocio y abulia que rigen sus vidas. Atrapados en empleos mecánicos y alienantes, los zombies no difieren mucho de lo que fueron antes de morir y renacer. Vean el final si no y lo útil que son los zombies para los programas de entretenimientos a lo Marley, jugar a la Play o empujar changuitos en un supermercado.

Inclusive en híbridos decadentes y jeropas como “Zombie strippers!” (2008) de Jay Lee, se puede abrir la discusión (sí, de manera muy forzada, pero se puede) del sexismo (con Jenna Jameson como protagonista, la mujer como objeto es inevitable); o en propuestas más jugadas como “Deadgirl” (2008) de Marcel Sarmiento y Gadi Harel, en donde la explotación sexual termina victimizando al zombie y revelando la monstruosidad del hombre (¡qué película incómoda de ver!).

El zombie fascina e inquieta. El temor primario de la muerte se potencia en la figura del zombie porque descubrimos que la diferencia es escasa entre ser un muerto viviente y ser un muerto en vida. Los comportamientos se repiten, la lógica del zombie se multiplica en la sociedad y las opciones de mejora y ascenso muchas veces son antropofagias, que por metafóricas, no dejan de ser igual de crueles. Por eso, el fanático sabe reconocer la película que respeta el género de aquella que utiliza los elementos propios del género para construir algo en esencia distinto (estoy pensando en la reciente “Zombieland”(2009) o en las flojitas “Residente evil”, en donde muchas veces el juego de la Play supera a las escenas de acción de la peli).

Y también tengo que reconocerlo, el género es la certeza de encontrarse en un terreno conocido, de evitar la adaptación y la incertidumbre para meterse en la historia desde la primera escena, placer de principio a fin, sin pensar en actores, directores o filmografías. Ahí está “Planet terror” (2007), como ejemplo ideal y frutilla del postre de una tarde de zombies, dirigida por Robert Rodríguez y producida por Quentin Tarantino, dos que saben bastante sobre esto de los géneros y de las posibilidades que otorgan (miren si no “From dusk till dawn” (1996), una de vampiros que sí chupan sangren y no como esos anémicos adolescentes de “Twilight”).