Yo odiaba a Sarmiento. Lo odiaba con toda la pasión con la que puede odiar un chico de 10 años. Lo odiaba porque cada vez que yo consideraba que mi educación podía tomarse un día de descanso, aparecía alguien diciendo que Sarmiento nunca faltó a la escuela. Y me lo imaginaba bajo la lluvia y el viento con sus libros bajo el brazo, avanzando. Alumno perfecto. Lo odiaba porque tenía un patio enorme en su casa, con un árbol increíble y en vez de pasarse la tarde colgado de sus ramas, se sentaba al lado de su mamá a estudiar mientras el sol caía de lleno sobre la higuera. ¿Cómo aguantaba las ganas de jugar? Con razón de grande tenía el ceño fruncido y esa mirada terrible, nunca se había divertido. Eso creía yo y lo odiaba. Encima, y fundamentalmente, era el padre del aula, ese invento terrible que interrumpía mis siestas.
Después empecé el secundario y me olvidé un poco de Sarmiento. Cada tanto aparecía en las clases de Historia o de Lengua, pero me resultaba indiferente. Era un acto escolar, un feriado, un autor difícil de entender. Hasta que llegó quinto año y descubrí que también era un ser humano.
Quizá la foto la hayan visto. Es una foto de Sarmiento, ya muerto, sentado en su habitación. El cuerpo ya vencido, inclinado, casi cayéndose. Está tapado con una manta y todavía mantiene ese gesto adusto. Un detalle de esa foto me llamó la atención. A los pies del prócer hay una vasija, una chata que la foto no asegura vacía, y que revela un Sarmiento en extremo humano. ¿Este cuerpo derrotado es el padre del aula? ¿Así termina un prócer?
Muchos de ustedes leen historia y saben que la realidad dista mucho del prócer. La mayoría sabe la distancia enorme que hay entre el hombre y el prócer. Sin embargo, quiero aprovechar la ocasión para rescatar la figura del prócer, ese que tanto odiaba yo.
Porque un prócer es eso: una figura perfecta. Un modelo que no puede existir en la realidad. Un prócer es una utopía, algo inalcanzable. Hoy podría haberles hablado del Sarmiento hombre, con todas sus contradicciones, aquel hombre que posiblemente se haya enfermado y faltado, como ustedes, alguna vez a la escuela. Pero prefiero recordar al Sarmiento prócer, al modelo, a la utopía.
Y hoy, donde la educación es sistemáticamente atacada, pensar, nosotros docentes y ustedes alumnos, en el Sarmiento prócer es mucho más que cumplir con un acto escolar. Es plantearse un modelo, una utopía a defender. Es encarar una lucha de ceño fruncido. Es elegir estudiar antes que vivir colgado de una rama. Es esforzarse. Es soportar, quizá, que te odien. Pero con la certeza de que estás avanzando y que, afortunadamente, sos mucho más hombre, que algunos que ya se creen próceres, y todavía no han empezado a ser humanos.
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