lunes, 26 de diciembre de 2011

"La tempestad", prólogo a un libro inédito

La tempestad

“... entonces navegar se hace preciso
en barcos que se estrellen en la nada...”

Fito Paez, Al costado del camino

La proa se hunde y por un momento el barco desaparece oculto en una pared de agua limosa. Segundos después resurge. El mascarón de proa parece boquear sin aire entre la espuma de las olas, se asoma y arrastra detrás de sí el resto del barco. En el barco la cubierta es barrida por el ir y venir del agua. Mugre de mar abierto queda enredada en la madera, entre los barriles atados y los cañones descubiertos. En el timón un cuerpo maltrecho, agitado como las velas por la lluvia y el viento, se aferra desesperado intentando capear el temporal. El cielo se cierra y oscurece. Un trueno resuena y un rayo cae de lleno en el medio del océano. El barco muere y renace frente a cada ola. Sin embargo, sigue avanzando. En el camarote principal, aferrado con un brazo al escritorio, el capitán escribe con trazo seguro pestañando apenas cada vez que un resplandor se filtra por las escotillas tratando de hacerle recordar que afuera hay un mundo convulsionado que este barco desea atravesar. La luz de la vela tiembla desacompasada. En el tintero, la tinta se agita en una tormenta a escala. El capitán se detiene apenas, escucha crujir el armazón de madera y sigue escribiendo. Resumen del día, notas de viaje, cuaderno de bitácora.

Siempre me llamó la atención el gesto de escribir un cuaderno de bitácora. En la tormenta, en el botín, en la calma chicha de un mar caribeño o en la soledad polar de la vuelta al mundo, esa pausa para escribir es un arriesgado, algo inconsciente también, desafío hacia la naturaleza, hacia lo salvaje, lo inexplorado. La aventura, pienso, no está solo en subirse a un barco para encontrar un nuevo mundo, sino también en ese gesto poderosamente humano, de detener esa pasión que guía el viaje para sentarse y resumir el día. La pausa en el medio de la furia.

El cuaderno de bitácora es una escritura ambiciosa nacida en un contexto adverso. El viaje tiene todos los aditamentos para posponer la escritura. Si en la domesticadora ciudad escribir se posterga por la rutina del trabajo, el ocio o la pachorra, ¿qué lugar queda para escribir en la aventura ancestral de un viaje, sucesión de emociones y descubrimientos? Y, sin embargo, se escribe. Se hace la pausa y en las peores condiciones se escribe. Se escribe para informar, para dejar testimonio, para contar, para entender. Solo la certeza de la escritura puede hacer completo esa travesía. El testimonio escrito vuelve real al viaje. No alcanza la vista, saturada por ese mundo que se recorre. No alcanzan los souvenirs, bagatelas de gusto discutible o pruebas materiales inentendibles para aquel que no estuvo ahí. No alcanza el recuerdo en la piel del viento salitroso del océano, el rostro cuarteado a la intemperie, las cicatrices atroces en un pecho agitado. Se necesita la letra en el papel que nos recuerde, que nos lleve, que nos revele un mundo que no vivimos todavía.

Del viaje, de un mundo que no vemos, solo nos queda la escritura. Un testimonio y un gesto amigo porque es también una invitación. Leer el cuaderno es hacer ese viaje, es volverlo aventura una vez más y transformar aquella pausa en acción nuevamente. Repetir hasta el empacho las pasiones que condujeron aquella empresa.

“Cuaderno de bitácoras” se inscribe en esta tradición y en este gesto curioso y apasionante de la escritura en el medio del fragor. El viaje es ese transcurso en la tierra que algunos prosaicos llamamos vida. Leer este cuaderno es ver un mundo revuelto de pasiones. Cada poema de Andrés es una porción de la tormenta del mundo. Pequeños retazos del enorme temporal de la vida que reconstruyen la pasión que agitó (y sigue agitando) el barco. El esfuerzo racional de detenerse a escribir, pausa que el soneto pide, se enriquece con ese corazón sangrante, extraído del pecho marinero, que inicia el libro y perdura hasta el final. Leer los poemas de Andrés es recorrer los sietes mares. Tifones y huracanes, imprecaciones a la naturaleza adversa y propicia, maldiciones piratas, heroicos gestos, agachadas valientes para sobrevivir, tesoros ocultos, botellas con mensajes urgentes, restos de naufragios, velas blancas hinchadas al viento, playas plateadas donde hundir el pie, el calor del sol, el escozor de la lluvia torrencial, restos maltrechos de naufragios dolorosos, agite y parsimonia de un barco que no deja de avanzar. El mundo visto, el mundo sentido está en estos poemas.

Hecha la presentación, con ustedes el desafío. Por allá nubarrones grises, un poco más al sur cielos diáfanos, desde estribor aventuras de corsarios nos acechan, por el otro costado historias de naufragios. Hay mares tranquilos y otros borrascosos, el barco aguarda y el timón gira enloquecido esperando la mano firme que lo conduzca. ¿Quién es el valiente que se le anima a este viaje? ¿Qué espíritu osado está listo para adentrarse en el alma de un corazón en altamar?

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