jueves, 25 de septiembre de 2008

Los muertos (fragmento)

Música: Silencio (recién termino de ver por primera y última vez "Evita" y por unas horas no quiero saber nada con algo que tenga música o gente cantando)
Hora: 00:30
(Fragmento de un relato largo)

Al despertar René Balbuena una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama con la noticia de que el sistema tradicional para morirse había quedado, por decisión gubernamental, obsoleto. El análisis de varias consultoras nacionales y, fundamentalmente, de otras internacionales habían establecido con precisión (la cantidad de gráficos y estadísticas que se publicaban en los diarios eran imposibles de discutir) que la forma en que miles de habitantes elegían morir, por costumbre, obligación o desinterés, era caduca. El morir en el país ya no podía encuadrarse dentro de los estándares internacionales. Era necesario cambiar, adaptarse, ganar competitividad a nivel mundial. Fue así que en un escueto comunicado el gobierno informó a toda la población que a partir del día de la fecha (un oscuro jueves de marzo) tenía que morir de otra forma. La noticia oculta en las últimas páginas de los diarios y apenas difundida en una breve cadena nacional a las seis de la mañana apenas si causó algunos comentarios desganados y una falsa incertidumbre mal disimulada.
Nadie le dio importancia, salvo René Balbuena. Encerrado en su cuarto releyó varias veces la noticia en el diario. Los brazos le temblaban. ¿Qué iba a hacer? Él, siempre atento a las normas, al respeto a las leyes, al poder de turno ¿qué iba a hacer? La noticia tenía un número de teléfono donde se podían realizar consultas. ¿Por qué justo ahora? Miró el reloj sobre la mesa de luz y supo que por primera vez en su vida llegaría tarde al trabajo. Eran las seis y media y el tren salía a las siete. Iba a llegar tarde. Nadie se había acercado todavía a la puerta de su cuarto. Temprano habían pasado el diario por debajo de la puerta (recordaba el áspero roce de las hojas nuevas contra el piso) y poco después, a las cuatro, había sonado el despertador, aunque no recordaba haberlo escuchado.
Trató de levantarse, pero un fuerte dolor en la espalda, volvió a tumbarlo. La respiración se agitó. ¿Por qué justo ahora? Quedó mirando el techo unos minutos más. El diario estaba tirado en el piso. La noticia también miraba el techo. “Muerte homologada a nivel internacional: otro éxito gubernamental” decía el titular. René Balbuena hizo un esfuerzo mayor y se sentó al borde de la cama. Sus pies colgaban sin tocar el piso. Un empeine de tendones marcados, flaco, las uñas largas y amarillentas. Ya no eran sus pies. De alguna manera inexplicable, eso que venía sospechando desde hacía varios días se había concretado la noche anterior, mientras dormía. Se paró y vio su rostro reflejado en el espejo. La metamorfosis estaba completa. René Balbuena había capitulado al fuego de sus entrañas y esta mañana era otra cosa, una especie de insecto monstruoso, que arrastrando los pies, tomó el teléfono y discó el número que había salido publicado.
Esperó. Pudo ver el otro equipo sonando al final de la línea. Una campanilla aguda resonando en la inmensidad de una habitación vacía de un siniestro ministerio. Esperó. Sospechó un aparato abandonado en un sótano húmedo de una oscura secretaría. Esperó. Diez veces más y corto, pensó. Varias veces imaginó la mano que iba a atender. Mano blanca, de puños raídos, de dedos manchados con tinta. Mano garra con artritis de sello. Pero no atendió nadie. Colgó el teléfono poco después que su madre golpeara la puerta de la habitación. Respondió con una voz que sintió ajena. Escuchó alejarse a su madre con ese paso rápido y cortito que usaba cuando estaba preocupada. Giró y volvió a mirarse en el espejo. Se tomó la panza con ambas manos y hundió los dedos en la carne fofa. Sintió la acidez subirle a la garganta.
Miró el reloj. En el trabajo ya estarían murmurando. Eran casi las siete y media. El principal, enviado por su jefe, ya estaría por llegar a la casa para averiguar la causa de su ausencia. Maldita deuda. Volvió a mirar el diario abandonado en el piso. Ahora era tan sólo papeles viejos. Pensó en volver a llamar a ese número pero terminó acercándose al ropero. ¿Por qué justo ahora? Sacó la caja del estante inferior del ropero. Al mirarse en el espejo interior de la puerta del placard descubrió que estaba desnudo. Recordaba haberse acostado vestido, con la ropa de calle, pero nada más. Se miró en el espejo. Miró su estómago abultado, deformado, con estrías rosadas cruzando de un flanco al otro uniéndose con las costillas profundamente marcadas. Su pecho sobresalía irreal, ya no estaba agitado. Pensó en una cucaracha dada vuelta pataleando desesperada, muriendo de a poco en un rincón, sola, desapercibida, sin ayuda de nadie. Horrible metamorfosis. Levantó su brazo izquierdo y lo llevó a la cabeza. Su mano negra y metálica tenía tambor de seis tiros. Su estómago, cáncer.El ruido del tiro acompañó el golpeteo melifluo del principal en la puerta de su cuarto. La liquidación del último sueldo de René Balbuena no incluyó esta oscura mañana de marzo. Falta no justificada en tiempo y forma, dijeron en la gerencia de recursos humanos.

2 comentarios:

Shara dijo...

emilianoo! por favor publica mi ppoesiaa!!!
extraño tus enigmas jaja

un beso espero q andes bien!

. dijo...

Emi:
Cómo andás, tanto tiempo! De vuelta al ruedo? Y con facebook incluido?
Che, escribime (maxicrespi@hotmail.com). Insisto en convencerte de hacer algo con ese arbol y ese inédito. Si lo logré con Granizo... con vos no voy a rendirme.
Abrazo y saludo a la flia