domingo, 20 de junio de 2010

Las ruinas de Bahía Blanca



Los invito a visitar este blog. Excelente en muchos aspectos pero destaco particularmente esta última entrada (vean el video, vale la pena, realmente), en donde se invita a repensar la ciudad y las intervenciones que se están haciendo en ella a partir de una idea de "mejora" bastante discutible.
El link:
http://lasruinasdebahiablanca.blogspot.com/

jueves, 10 de junio de 2010

Palabras para el día de la bandera 2006 (inmerso también en la fiebre mundialista futbolera, aunque alemana por aquellos años)

En 1986 Argentina salía campeón en el Mundial de México. Yo tenía 10 años y una conciencia algo despierta sobre lo que representa un mundial de fútbol para nosotros los argentinos. Así que fueron pocos segundos los que separaron el triunfo de Argentina frente a Alemania y mi pedido para ir a festejar a la plaza. La plaza estaba llena y si bien los recuerdos no son tan claros todavía tengo presente a la gente gritando y abrazándose entre los autos, las bocinas y las motos. Yo había agarrado una bandera que habíamos comprado luego que Argentina pasara a cuartos de final (siempre buscamos hacer inversiones más o menos seguras en casa). La tomé sin pensarlo, casi por no ser menos, y la agitaba más como un juego que con sentimiento. Sin embargo, cuando bajamos del auto y empezamos a avanzar hacia la Municipalidad llevados por la marea de gente, mi papá me subió a un mástil de la plaza y empecé a agitar la bandera. La gente, y quizás no sea más que una exageración de mi memoria, empezó a gritar y cada vez que movía la bandera, la gente gritaba más y más. Ahí comprendí que la bandera era algo más que esa oferta mundialista y comercial.
Pasaron siete, quizás ocho años, y yo había comenzado a escuchar música. Era 1992 y Divididos había sacado un disco increíble. Vinieron a Bahía Blanca y la cancha del Club Estudiantes se había llenado. Fue uno de mis primeros recitales y recuerdo que al entrar me llamó la atención la cantidad de banderas argentinas que colgaban de la tribuna. Había venido gente del Gran Buenos Aires, de Capital, de La Pampa, varios de la zona. Para muchos era nuestro primer show de Divididos y ver desplegarse una enorme bandera argentina en la tribuna de Ángel Brunel, verla caer sobre la cancha y cubrirnos, sentir las luces apagarse y empezar a cantar el Himno fue algo realmente emocionante. Emocionante porque nunca había cantado el Himno sin música y con tantas ganas como esa vez. Raro, en gran medida, porque como ustedes, apenas si murmura el Himno o el Aurora en los actos del colegio. Y si esa noche terminé afónico y dolorido fue en gran medida por los gritos finales del “juremos con gloria morir” y el agite apasionado de esa enorme bandera argentina.
En el 2001, con el punto más alto de la crisis en Argentina, muchos optaron por irse del país. Esto seguro lo recuerdan, no fueron buenas épocas y en la desesperación muchos optaron por cambiar de aires, buscar nuevas oportunidades. Entre ellas mi hermana, viajó a México y estuvo dos años afuera. A la vuelta, entre muchas anécdotas de viajante primeriza, siempre contaba como se reunía con otros argentinos en peñas o bares para festejar el 25 de mayo, el 9 de julio o, como nosotros hoy, el día de la bandera. Eran reuniones que rápidamente pasaban de la felicidad a la nostalgia, de la alegría a la melancolía. Muchos veces eran desconocidos unidos por algo tan abstracto y azaroso como la pertenencia a un país, que emocionados cantaban el himno o Aurora a viva voz.
Me pidieron que escribiera unas palabras sobre la bandera y pensé en estas anécdotas personales porque creo justamente que la bandera es eso: un símbolo que nos representa como nación pero también como individuos. Y ahí donde aparece una bandera argentina cada uno de ustedes sentirá o recordará cosas diversas y sin embargo, en esa variedad van a estar unidos por el mismo símbolo que tantas cosas dispares genera. Un símbolo, 37 millones de significados. No es poca cosa para una bandera que conmemoramos una vez al año y que raras veces le cantamos a la mañana con verdaderas ganas. En pleno fervor mundialista, los invito a pensar esta idea de bandera no sólo como símbolo de una nación, sino como símbolo de lo que ustedes son como ciudadanos. ¿No vale la pena cantar, saludar y aplaudir a algo tan valioso como ustedes? Yo creo que sí.

miércoles, 9 de junio de 2010

Palabras para el día del maestro 2008


Yo odiaba a Sarmiento. Lo odiaba con toda la pasión con la que puede odiar un chico de 10 años. Lo odiaba porque cada vez que yo consideraba que mi educación podía tomarse un día de descanso, aparecía alguien diciendo que Sarmiento nunca faltó a la escuela. Y me lo imaginaba bajo la lluvia y el viento con sus libros bajo el brazo, avanzando. Alumno perfecto. Lo odiaba porque tenía un patio enorme en su casa, con un árbol increíble y en vez de pasarse la tarde colgado de sus ramas, se sentaba al lado de su mamá a estudiar mientras el sol caía de lleno sobre la higuera. ¿Cómo aguantaba las ganas de jugar? Con razón de grande tenía el ceño fruncido y esa mirada terrible, nunca se había divertido. Eso creía yo y lo odiaba. Encima, y fundamentalmente, era el padre del aula, ese invento terrible que interrumpía mis siestas.

Después empecé el secundario y me olvidé un poco de Sarmiento. Cada tanto aparecía en las clases de Historia o de Lengua, pero me resultaba indiferente. Era un acto escolar, un feriado, un autor difícil de entender. Hasta que llegó quinto año y descubrí que también era un ser humano.

Quizá la foto la hayan visto. Es una foto de Sarmiento, ya muerto, sentado en su habitación. El cuerpo ya vencido, inclinado, casi cayéndose. Está tapado con una manta y todavía mantiene ese gesto adusto. Un detalle de esa foto me llamó la atención. A los pies del prócer hay una vasija, una chata que la foto no asegura vacía, y que revela un Sarmiento en extremo humano. ¿Este cuerpo derrotado es el padre del aula? ¿Así termina un prócer?

Muchos de ustedes leen historia y saben que la realidad dista mucho del prócer. La mayoría sabe la distancia enorme que hay entre el hombre y el prócer. Sin embargo, quiero aprovechar la ocasión para rescatar la figura del prócer, ese que tanto odiaba yo.

Porque un prócer es eso: una figura perfecta. Un modelo que no puede existir en la realidad. Un prócer es una utopía, algo inalcanzable. Hoy podría haberles hablado del Sarmiento hombre, con todas sus contradicciones, aquel hombre que posiblemente se haya enfermado y faltado, como ustedes, alguna vez a la escuela. Pero prefiero recordar al Sarmiento prócer, al modelo, a la utopía.

Y hoy, donde la educación es sistemáticamente atacada, pensar, nosotros docentes y ustedes alumnos, en el Sarmiento prócer es mucho más que cumplir con un acto escolar. Es plantearse un modelo, una utopía a defender. Es encarar una lucha de ceño fruncido. Es elegir estudiar antes que vivir colgado de una rama. Es esforzarse. Es soportar, quizá, que te odien. Pero con la certeza de que estás avanzando y que, afortunadamente, sos mucho más hombre, que algunos que ya se creen próceres, y todavía no han empezado a ser humanos.

martes, 8 de junio de 2010

La moral entre las tetas


Esta es la imagen que acompañó al texto que aparece más abajo sobre las mujeres y el cine. Una muestra multidisciplinar que estuvo muy piola organizada por Andrea Testarmata y gente variada y hermosa.

jueves, 3 de junio de 2010

Mujeres y cine

Mis mujeres en el cine

Texto que acompañó la muestra de poemas, fotos, música y danzas "Mirame a los ojos", organizada por Andrea Testarmata, en Bahía Blanca durante los meses de abril y mayo del 2010.





Me gustan las mujeres de Fellini. La matrona mitológica que vende cigarrillos en “Amarcord” y ahoga púberes en sus pechos generosos. Me gusta Anita Ekberg vagando diáfana y rotunda por la fuente, mientras la mirada confundida de Mastroianni trata de comprender y guardar en su memoria ese momento.
Me gusta la Coca Sarli flotando en el río, desnuda, con sus grandes tetas cortando la corriente turbia del Paraná. La recuerdo envuelta en tapados de piel y en deshabille de generoso escote.
Desparramo de maní con chocolate Shot al ver las piernas torneadas y magras de Lena Olin ahorcando a Gary Oldman, descontrolada y enfurecida, asesina profesional, una y otra vez repetida y reducida en las tardes domingueras de I-Sat.
Extraño a Jennifer Connelly, adolescente y soñadora, enfrentando el glam ochentoso de David Bowie en “Laberinto”. Recuerdo el vacío en los oídos y los retorcijones en la panza cuando me miraba directo a los ojos y me recitaba la invocación contra Jareth, el rey de los duendes (porque me hablaba a mí, púber incipiente de fácil amor y vocación cursi-romántica).
Recuerdo la nariz torcida, contrahecha, de Rosi De Palma, chica Almodóvar, que mereció mis elogios y una extraña fascinación que aún perdura.
Me acuerdo de Graciela Borges y Soledad Silveyra, jóvenes todavía. Una, blanco y negro en función privada con Berruti y Morelli en un verano del ochenta y pico descubriendo a Torre Nilsson sentado junto a mi viejo en la cocina de mi casa. La otra, en furioso technicolor, rubia y adolescente, en cursi y gitana historia de amor, sentado junto a mi vieja, una tarde de sábado, lluviosa (quizá invierno), café con leche y torta casera y Sandro bailando pelos del pecho al viento.
Me acuerdo de la madre que llora por su hijo que cae rodando escaleras abajo en “El acorazado Potemkim”, de María en “Metrópolis” (aunque primero la conocí en “Radio Ga-ga” de Queen) y de la florista ciega a la que ayuda Chaplin. Mudas, de miradas profundas y gestos ampulosos.
Me inquieta Michelle Pfeiffer diciendo “miau” mientras estalla Ciudad Gótica. Me inquieta el recuerdo de mirar a escondidas con unos amigos de la primaria (logística grupal y sincronización milimétrica con ausencia de padres incluida) a Kim Basimger en “Nueve semanas y media”: camisón blanco, tacos agujas, lluvias, frutillas y sombrero con el sonido ambiente de los cabezales de la video girando desesperados porque el tiempo era poco y los padres muchos.
Me acuerdo de Adriana Brodsky, en pantalla gigante, en el cine Plaza, diciendo “maestro, soy fea” y girando displicente para mostrarnos lo que habíamos ido a ver. Me resuena el silencio sepulcral, incómodo por la presencia de alguna novia, hermana o prima, que invadió la sala cuando Cecilia Dopazo mostró que era del palo en aquella terraza junto al Tanguito fachero de Fernán Mirás.
Me acuerdo que para mí una vez el cine fue de superagentes y titanes, de Chatrán y Benji perseguido. Me acuerdo de tiempos pasados en donde iba al cine para pasar el rato. Buena suerte marcó mi camino, las cosas cambiaron repentinamente, y en la oscuridad del cine Ocean (hoy timba popular) algo se reveló, algo que empezó en la pantalla y continuó bastante más abajo. Algo que se hizo recuerdos, algo que perdura y se repite cada tanto, en citas particulares, ocasionales y esporádicas, en donde yo espero nervioso como aquella primera vez hasta que ella aparece en la pantalla.