jueves, 25 de septiembre de 2008

Los muertos (fragmento)

Música: Silencio (recién termino de ver por primera y última vez "Evita" y por unas horas no quiero saber nada con algo que tenga música o gente cantando)
Hora: 00:30
(Fragmento de un relato largo)

Al despertar René Balbuena una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama con la noticia de que el sistema tradicional para morirse había quedado, por decisión gubernamental, obsoleto. El análisis de varias consultoras nacionales y, fundamentalmente, de otras internacionales habían establecido con precisión (la cantidad de gráficos y estadísticas que se publicaban en los diarios eran imposibles de discutir) que la forma en que miles de habitantes elegían morir, por costumbre, obligación o desinterés, era caduca. El morir en el país ya no podía encuadrarse dentro de los estándares internacionales. Era necesario cambiar, adaptarse, ganar competitividad a nivel mundial. Fue así que en un escueto comunicado el gobierno informó a toda la población que a partir del día de la fecha (un oscuro jueves de marzo) tenía que morir de otra forma. La noticia oculta en las últimas páginas de los diarios y apenas difundida en una breve cadena nacional a las seis de la mañana apenas si causó algunos comentarios desganados y una falsa incertidumbre mal disimulada.
Nadie le dio importancia, salvo René Balbuena. Encerrado en su cuarto releyó varias veces la noticia en el diario. Los brazos le temblaban. ¿Qué iba a hacer? Él, siempre atento a las normas, al respeto a las leyes, al poder de turno ¿qué iba a hacer? La noticia tenía un número de teléfono donde se podían realizar consultas. ¿Por qué justo ahora? Miró el reloj sobre la mesa de luz y supo que por primera vez en su vida llegaría tarde al trabajo. Eran las seis y media y el tren salía a las siete. Iba a llegar tarde. Nadie se había acercado todavía a la puerta de su cuarto. Temprano habían pasado el diario por debajo de la puerta (recordaba el áspero roce de las hojas nuevas contra el piso) y poco después, a las cuatro, había sonado el despertador, aunque no recordaba haberlo escuchado.
Trató de levantarse, pero un fuerte dolor en la espalda, volvió a tumbarlo. La respiración se agitó. ¿Por qué justo ahora? Quedó mirando el techo unos minutos más. El diario estaba tirado en el piso. La noticia también miraba el techo. “Muerte homologada a nivel internacional: otro éxito gubernamental” decía el titular. René Balbuena hizo un esfuerzo mayor y se sentó al borde de la cama. Sus pies colgaban sin tocar el piso. Un empeine de tendones marcados, flaco, las uñas largas y amarillentas. Ya no eran sus pies. De alguna manera inexplicable, eso que venía sospechando desde hacía varios días se había concretado la noche anterior, mientras dormía. Se paró y vio su rostro reflejado en el espejo. La metamorfosis estaba completa. René Balbuena había capitulado al fuego de sus entrañas y esta mañana era otra cosa, una especie de insecto monstruoso, que arrastrando los pies, tomó el teléfono y discó el número que había salido publicado.
Esperó. Pudo ver el otro equipo sonando al final de la línea. Una campanilla aguda resonando en la inmensidad de una habitación vacía de un siniestro ministerio. Esperó. Sospechó un aparato abandonado en un sótano húmedo de una oscura secretaría. Esperó. Diez veces más y corto, pensó. Varias veces imaginó la mano que iba a atender. Mano blanca, de puños raídos, de dedos manchados con tinta. Mano garra con artritis de sello. Pero no atendió nadie. Colgó el teléfono poco después que su madre golpeara la puerta de la habitación. Respondió con una voz que sintió ajena. Escuchó alejarse a su madre con ese paso rápido y cortito que usaba cuando estaba preocupada. Giró y volvió a mirarse en el espejo. Se tomó la panza con ambas manos y hundió los dedos en la carne fofa. Sintió la acidez subirle a la garganta.
Miró el reloj. En el trabajo ya estarían murmurando. Eran casi las siete y media. El principal, enviado por su jefe, ya estaría por llegar a la casa para averiguar la causa de su ausencia. Maldita deuda. Volvió a mirar el diario abandonado en el piso. Ahora era tan sólo papeles viejos. Pensó en volver a llamar a ese número pero terminó acercándose al ropero. ¿Por qué justo ahora? Sacó la caja del estante inferior del ropero. Al mirarse en el espejo interior de la puerta del placard descubrió que estaba desnudo. Recordaba haberse acostado vestido, con la ropa de calle, pero nada más. Se miró en el espejo. Miró su estómago abultado, deformado, con estrías rosadas cruzando de un flanco al otro uniéndose con las costillas profundamente marcadas. Su pecho sobresalía irreal, ya no estaba agitado. Pensó en una cucaracha dada vuelta pataleando desesperada, muriendo de a poco en un rincón, sola, desapercibida, sin ayuda de nadie. Horrible metamorfosis. Levantó su brazo izquierdo y lo llevó a la cabeza. Su mano negra y metálica tenía tambor de seis tiros. Su estómago, cáncer.El ruido del tiro acompañó el golpeteo melifluo del principal en la puerta de su cuarto. La liquidación del último sueldo de René Balbuena no incluyó esta oscura mañana de marzo. Falta no justificada en tiempo y forma, dijeron en la gerencia de recursos humanos.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Aguafuerte bahiense: El pasillo

Este es un trabajo realizado por una de mis alumnas el año pasado a partir de la lectura de las aguafuertes de Roberto Arlt. Es interesante, porque además de aprehender el estilo de las aguafuertes, Belén viene de otra localidad y resulta revelador lo que captó de nuestra identidad bahiense.
Las pocas veces que visito el centro bahiense me pregunto si la gente va caminando por un pasillo tan pero tan angosto que continuamente me chocan y logro sentir sus hombros y brazos avalanzarse sobre mí. ¿Será que las paredes de cada uno no los dejan ver a su alrededor?, o ¿Será que nadie quiere darse cuenta de lo que hay alrededor?
Tal vez la gente cree que en su pasillo no pasa nadie más que ellos mismos, o que nadie más pasa por la vida. Tal vez estén apurados, pero ¿ni siquiera hay tiempo para pedir perdón? Uno, al principio se queda esperando una mirada que transmita eso pero raras veces la recibe.
Cada uno tiene su mirada y pensamiento, este es el mío, tal vez un poco extremo porque vengo de lo opuesto, y ese gran cambio ayuda a mi irritación e impotencia producida por esta costumbre tan horrenda.
Hay sí, una certeza que se divisa desde lejos: el reflejo que deja la sociedad sobre cada uno de sus pobladores y a la vez cómo cada uno de sus pobladores influye en la masa bahiense mientras tanto, yo y muchos más vamos a seguir respondiendo con puteadas, a lo bajo aunque sea, a esta costumbre

Belén Forchetti

"Tinieblas" de Elias Castelnuovo

Música: Ninguna (capítulo de "Los padrinos mágicos": Timmy le consigue un empleo "fascinante" a su padre. Buenísimo)
Hora: 15:10

Habíamos hablado de Castelnuovo en la Uni cuando hacíamos Argentina II (poco y nada, en realidad). Había tomado partido en la disputa Boedo vs Florida. Era boedista. Me gustaba la cuestión del arte para la revolución, del compromiso social, del realismo y del naturalismo. Los de Florida me parecían unos rancios, oligarcas, haciendo literatura para una elite, que ellos mismos formaban (casi como muchos salones literarios de la actualidad). Después empecé a leer por mi cuenta y entendí eso de que el límite entre Boedo y Florida era antes geográfico, que intelectual. Un límite que invitaba a la convivencia, como dice María Inés González. Y ahí descubrí a Olivari o a Girondo, y descubrí que la cuestión no eran tan tajante. Pero seguía sin leer a Castelnuovo, hasta ayer.
Ayer terminé "Tinieblas", la antología que es considerada como el inicio del movimiento de Boedo. Un libro durísimo, con muchas referencias a la Biblia y a un espíritu cristiano, y que cae en el típico lugar del grupo Boedo: mucha crítica y denuncia, pero ninguna solución. Retrato de la pobreza, de la explotación, de la miseria, pero poco análisis de las causas de esta situación. Escasas alusiones a los responsables políticos y una posición discutible entre testigo iluminado e intelectual comprometido.
Vale como inicio de una tradición y como testimonio de una situación social que no ha variado, pero a la que la literatura actual no parece darle tanto protagonismo.
Obviamente, no es para nada recomendable leerlo un domingo a la tarde, gris y nublado, con LU2 de fondo y un teléfono que suena, solo para darnos cuenta que era número equivocado. Prefiero la mirada realista y social de Arlt, matizada por la crueldad y el humor de sus aguafuertes o de clásicos como "El jorobadito".

"Imagen de Julio Cortázar" de Ignacio Solares


Música: Banda de sonido de "Lyrics & Music" (una comedia romántica ideal para ochentosos nostálgicos. ¿No parece la historia de Wham?)

Hora: 14:40

Me gusta Cortázar, más allá de los cuestionamientos habituales. Reconozco, como muchos que el mejor Cortázar es el de los cuentos ("Final de juego", "Bestiario", los clásicos). Mi top ten de cuentos preferidos tiene varios puestos ocupados por Cortázar. Y pese a reconocer, también, el anacronismo y el excesivo artificio de "Rayuela", no deja de ser una novela que me da ganas de leerla cada vez que la veo en la biblioteca. Cortázar me gusta y en ese sentido no acepto razones. Es una cuestión de gusto, que va más allá de los análisis.

Quizá, por todo este fanatismo, cada libro nuevo sobre Cortázar me llama la atención y si la publicación coincide con el aguinaldo, mi billetera tiembla y una vocecita me repite machacante: "compralo, compralo, compralo". El libro de Ignacio Solares, a primera vista, no parece ofrecer nada nuevo. Un prólogo de García Márquez con una anécdota bastante conocida de Cortázar y García Marquez; y un epílogo-carta al autor de Saúl Yurkievich, que tampoco aporta mucho y que funcionan más como una validación intelectual al trabajo de Solares.

Trabajo arriesgado el de Solares: Porque proponer una lectura religiosa cristiana de Cortázar suena de por sí, arriesgada. Solares mismo la plantea como tal y la verdad que por momentos resulta demasiado artificiosa y rebuscada. Que ciertas ideas religiosas recorren la obra de Cortázar es cierto, pero poco tienen que ver con el cristianismo. Pienso en un Cortázar interesado en el orientalismo (la trascendencia, el mandala, el karma y todos esos símbolos y conceptos que recorren "Rayuela"). Pero proponer una lectura cristiana me parece al menos difícil de sostener.

No por eso el libro es aburrido. Es fácil y ameno de leer y, aunque no aporta demasiado al análisis crítico de la obra de Cortázar, vale la pena leerlo (quizá, no comprarlo), aunque más no sea para presenciar un nuevo desguase del anecdotario cortazariano.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Video fin de semana 1

Música: "El amor, amor" de Joan Manuel Serrat

Hora: 14:45

El videito para el fin de semana

Un clásico con una suite para cello de Bach preciosa. Atención a cómo va apareciendo una sonrisa en el rostro de la mujer.

Una historia de acción y humor


Música: "Who needs information" de Roger Waters (en "Radio KAOS", nada que ver con el Super Agente 86, algo con lo que sí se relaciona el siguiente cuento de un alumno de 2do año, que realmente, cada vez que lo leo, me causa muchísima gracia)

Hora: 14:30 (empezó mi fin de semana!!!)

Ese día, Igor Borjaieff estaba con especial mal humor. Unos decían que era porque había dormido mal, otros que la ropa le quedaba apretada y la mayoría porque ese día lo habían condenado a muerte.
Era un día como cualquier otro en la vida de Igor. Se levantó a las seis en punto, bebió un café y consultó su casilla de e-mail. Había un mensaje del jefe de la mafia rusa. Como tantas otras veces, le encargaban matar a alguien que estorbaba. En esa ocasión era Víctor Lavinsky. Igor sonrió. Si lograba su objetivo pagarían 100.000 Euros en efectivo y él estaba seguro de que lo lograría. No por nada era el mejor asesino de Rusia.
Esa misma tarde ideó un plan y a las cinco y media estaba en la azotea de un edificio con su rifle de largo alcance esperando a que Víctor saliera de su casa, situada justo en frente.
A los cinco minutos salió Víctor, con un portafolios y papeles bajo el brazo. Igor apuntó cuidadosamente y, cuando estaba a punto de apretar el gatillo, una paloma que pasaba defecó increíblemente sobre su ojo izquierdo. Enfurecido, creyendo que era una broma de alguien, se dio vuelta bruscamente y solo logró que una saliente de la pared le lastimara el otro ojo y cayera al suelo. Volvió a levantarse y, sin ver nada, comenzó a dar puñetazos al aire, con lo cual rompió tres de sus dedos y un caño, por el cual salió un potente chorro de agua que le dio en el estómago y lo hizo caer en un container con desperdicios, comida podrida y materiales de una obra en construcción.
El golpe fue tan duro que perdió el conocimiento, aunque lo recobró enseguida porque los tornillos en su pelo no eran muy cómodos. Furioso, se levantó e ideó otro plan.
Volvió a su casa y, luego de entablillarse él mismo sus dedos rotos, investigó y descubrió que Víctor iría esa misma noche a un baile en el palacio de su mejor amigo: el campeón de lucha libre rusa.
A las once entró en la gran casa, vestido de camarero. Su plan era acuchillar a Víctor y huir por una de las ventanas, para luego ir a buscar su recompensa. Con esa idea en mente, subió al segundo piso para observar mejor a los invitados. Luego de un tiempo, reconoció a su víctima. Esto lo entusiasmó tanto que decidió descender por una cuerda para caer sobre él. Se asomó por la baranda para alcanzar la soga y estaba por alcanzarla cuando una mujer lo vio y, creyendo que se suicidaría, pegó un grito terrible que sobresaltó a Igor, haciéndolo caer desde siete metros de altura sobre un hombre que no podía ser otro que su amigo luchador. Este, furioso, levantó a Igor como si fuera un muñeco y, aunque él trató de defenderse con su puñal, el gigantesco hombre lo arrojó sobre una mesa que se rompió y le partió a Igor dos costillas.
Al verse en serios problemas y con un dolor espantoso, se tiró contra una ventana para escapar, pero los vidrios eran blindados y lo hicieron rebotar como una pelota contra otra mesa que le fracturó las demás costillas.
Al poco tiempo la policía lo capturó y, luego de que sanara, lo condenaron a muerte.
Cuando Igor estaba parado frente a la silla eléctrica, rodeado de policías, reconoció entre el escaso público que observaría la ejecución a Víctor Lavinsky y, sin darle tiempo a los policías de atraparlo, corrió hacia él para ahorcarlo, pero resbaló, se fracturó el cuello y murió. Víctor, al mismo tiempo, se llevó un susto tan grande que murió de un paro cardíaco.
A todos los policías les causó mucha gracia y terminaron también muriendo de risa.

Juan Martín

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Poema de Melina (1er Año)

Música: "The heart of the saturday night" Tom Waits
Hora: 19:00

(Pequeña joyita hecha por una alumna mía del primer año de la secundaria, a partir de una serie de metáforas del sr. Tuñon. Orgullo docente que le dicen)

Melancólicos canales de tiempo se esconden en las fotos.
Observo en cada foto un recuerdo echado atrás.
Me comparo en mí cada foto lo que era y lo que soy.
Me doy cuenta que algo en mí cambió.
Ahora ya soy una rosa blindada.

MELINA

Pequeña anécdota: los poemas fueron ilustrados por los chicos y expuestos en el patio de comidas del shopping (consumismo y cultura). Al momento de desarmar la exposición, se descubrió que alguien se había robado el afiche con todos los poemas ilustrados. Todavía hay gente que se arriesga y roba poemas (¿eso es bueno?)

"Adios" (de Paul Valery a Belisario Roldán terminando en Osvaldo Folgar)

Música de fondo: "Shrek" (porque estoy solito...)
Hora: 18:50

Cuando te eleves

por sobre todas las cosas

mira

por el ojo muerto del ave mansa

quita

a un costado

con tu mano llena de recuerdos

la cascada de mieses que caen sobre tus hombros

gira

un poco el rostro niño

y sin entornar los párpados

firme el gesto

dile adios

a mi ciudad

(Buenos Aires, 1959)

Fotito del maestro Man Ray

martes, 2 de septiembre de 2008

Escrito para el jardín

Música: nada (el televisor está prendido)
Hora: 20:30 (y todavía no preparé las clases para mañana)


Hola.
Me llamo Sofía pero no siempre tuve este nombre. Es más, aunque no lo puedan creer, hubo un tiempo que ni siquiera tuve nombre.
Fueron meses difíciles... la panza era cómoda, no puedo negarlo, pero a mamá se le daba por vomitar o no comer nada. Las primeras semanas pensé que me llamaba Náuseas porque era la única palabra que se escuchaba ahí adentro. Yo pensaba qué lindo, un nombre de diosa griega. Después supe que no era ni griego, ni divino. Era lo que sentía mamá cada vez que yo me movía.
Pero la cosa se puso peor... Al quinto mes, mis papás se decidieron finalmente por nueve nombres. Así me llamé por unas semanas Camilo Antonela Juan Ernesto Ludmila Fidel Maitena Charly Agostina Superman Vuela, que si bien no eran feos (salvo el chiste final de mi papá) no entraban en el documento. Además en las ecografías (que es una foto muy fea que te toman cuando estás adentro de la panza de tu mamá) no se veía si era una nena o un nene. Porque, pobres papás, en lo inesperado de mi llegada, todavía no me habían comprado ropa y yo andaba desnuda en la panza y ni loca me dejaba fotografiar. Que se aguantaran, entonces.
En el octavo mes, en un descuido (estaba algo dormida) me vieron finalmente y se enteraron que era nena. Cinco nombres se dejaran de lado (aunque papá siguió insistiendo en ponerme Charly, para dejar contento a García, un amigo o algo así que tiene). Me llamé entonces, por unos días, Antonela Ludmila Maitena Agostina, lo cual no es feo pero sí largo.
Entonces nací y en la corrida al hospital se perdieron cuatro nombres. Seguro que los encontraron, nadie puede pasar al lado de un nombre tirado en la calle sin darse cuenta. Los buscaron, pusieron un aviso en el diario pero ya otras nenas los tenían y los querían tanto que no los iban a devolver.
La cuestión es que nací sin nombre. ¡Qué mal! Los médicos cantaban mientras nacía: “¡Fea la actitud, fea la actitud!”
Y yo salí enojadísima de la panza de mamá. ¡Qué manera de gritar! Claro, desnuda y sin nombre. Grité, grité y grité hasta que me pusieron entre los brazos de mamá, que me calmó con un suave “ssssh”. Papá no podía hablar y sólo decía “ooooh” como una sirena que se queda sin pilas. Y yo me calmé y mamá respiró aliviada “ffffh”. Ahora, empezaba lo difícil. Porque aunque no lloraba, yo tenía miedo y si no gritaba era porque apenas podía decir “iiiih” entre lagrimitas. Y fue entonces que me quedé sola con mi papá y mi mamá en el cuarto del hospital. Allí abrí apenas los ojos y apreté fuerte el dedo de papá y de mamá. Ellos dijeron “aaaah” con cara de feliz cumpleaños. Y entre los “ssssh”, “ooooh”, “ffffh”, “iiiih” y este último “aaaah” apareció mi nombre: Sofía. Qué significa también sabiduría aunque para mis papás es alegría. Y así me llamaron y así me llaman: Sofía.

lunes, 1 de septiembre de 2008

$2,50 x 48 horas


Música: "Stop the world" System of a down
Hora: 23:45 (cebadísimo con esto de recuperar el blog)

Este texto está publicado en el increíble y valorable proyecto editorial de mi amigo Gerónimo Unibaso (poeta que hay que leer - y no lo digo solo porque es mi amigo - )titulado: "Esto no es una REVISTA literaria"


Dos lugares comunes: el calor del verano y la más que evidente falta de ideas del cine norteamericano comercial. El primero es inevitable y natural. El segundo debe tener causas un poco más complejas, aunque seguro es evitable y para nada natural. El primero te lleva a una abulia potenciada por el ocio. El segundo te lleva a evitar cualquier película que tenga recomendaciones del tipo: “dos pulgares arriba” o “una montaña rusa de adrenalina”. El primero te da la oportunidad de ponerte al día con el cine. El segundo te lleva a buscar en otras cinematografías, búsqueda incierta y ardua.
Esta cuestión de la globalización y las otras culturas (el Otro diríamos poniéndonos culturosos) suelen ser tentadoras. Entonces empezamos a recorrer oscuras zonas del video o buscamos aquellas películas que solo tienen una copia en existencia o recurrimos a recomendaciones de fuentes diversas. Y caemos entonces en cajas que tienen más texto que imágenes (alquilada la película descubriremos que más que verla, la película hay que leerla), descubrimos que existen casi tantos festivales como pelis que no vimos, y descubrimos que un apellido no necesariamente tiene que llevar vocales.
Entonces caemos en esa zona hija del neoliberalismo y del consumo más descarnado. Películas víctimas de la novedad, que olvidadas se apilan bajo el ignominioso cartel de “$ 2,50 x 48 horas”. Pero expertos en economía de guerra y en mesas de saldos (léase tipos sin recursos interesados en los bienes culturales) conocemos las bondades de estas fosas comunes de la industria.
Toda esta presentación es una justificación para una recomendación (y para una cacofonía propia de tesis universitaria). Una manera de ahorrar tiempo y plata, o si se quiere una necesidad de comentar tres películas, fáciles de conseguir, entretenidas y provenientes de un mercado, que en los últimos años se impuso y está alimentando la escasa imaginación de Hollywood: el cine de Oriente.
Son tres películas (no desesperen, no son de terror, ni tienen nenitos de tez blanca apareciendo en la mitad de la noche) que tuvieron su estreno comercial y que funcionaron bien, pero que quizá hayan quedado olvidadas en el fragor de los estrenos. Atención: no es cine arte, ni metafísico, no son “de pensar”. Son tres filmes para pasar un buen rato sin demasiadas exigencias para el espectador pero que reflejan la libertad creativa del cine oriental (algo que, lamentablemente, no se ve muy seguido).
La primera debe haber dejado tecleando a Quentin Tarantino. Curioso, mientras Tarantino visitaba la cultura japonesa con una mirada simplona en Kill Bill Vol. 1 (2003), Park Chan-woo se apropiaba de la estética de Reservoir dogs (1992) y Pulp Fiction (1994), la exacerbaba y enriquecía y respondía con Oldboy (2003), un thriller de base norteamericana pero hecho con la furia, el sadismo y la libertad temática del cine asiático. Y acá no hay pescadores al costado de un río que ven pasar las estaciones, ni sensual erotismo de cuerpos enredados, ni serpientes metafísicas que le hablan a la cámara (muy raro ese corto final de Shoshei Imamura en 11 09 01 (2002)). Acá hay una furiosa historia de venganza urbana, exagerada (treinta y dos dientes y un martillo es una combinación que te produce escalofríos como mínimo), que no duda en recurrir a peleas desiguales (y no hablo de un ninja contra un ejército de marines, si no de peleas desiguales y creíbles) y a temas tabús como el incesto (un final de tragedia griega impecable). Una joyita potenciada por la manera histérica en que está filmada, un montaje en empatía con el protagonista y una desmesura que deja pipón al espectador más exigente (tarea para el hogar: encomillar la última frase y pegársela a la cajita del DVD en el videoclub, no olvidar mencionar al autor y la revista que está leyendo).
Libertad creativa descontrolada + Entretenimiento + Influencias orientales varias. Fórmula que tiene, por lo menos, un resultado obvio: Kun-fu-sion (Kung-Fu-Hustle, 2005) de Stephen Chow. Imaginemos un futuro director de cine víctima de una sobre-exposición de Looney Toones, juegos de Play Station, películas de karate a la Bruce Lee y comics / manga diversos. Imaginemos a este joven crecido y con un presupuesto honeroso y la libertad de hacer lo que quiera creativamente. Imaginemos eso y tendremos un esbozo de lo que es esta película. Historia de mafiosos en la China de las primeras décadas del siglo XX, Chow se permite jugar con el animé, la comedia musical, el humor estúpido y una historia de héroes ocultos que dan ganas de ver varias veces. El que odie las películas de karate que la vea para empezar a conocer el género desde el humor. El que idolatre las películas Shaolin que entienda esta humorada como un homenaje cariñoso. (A propósito este es el mismo Stephen Chow que está armando la película de Dragon Ball Zeta con actores de carne y hueso - y mucha computadora, por supuesto - )
Finalmente, un clásico de las recomendaciones de cine oriental: el maestro Takeshi Kitano. Recomendar a Kitano hablando de cine asiático es casi una obviedad pero es una obviedad justificada en el talento de este director. Zatoichi (2003) es una perla dentro del cine de samuráis (me arriesgo a ponerla al mismo nivel que Los siete samuráis (1957) o Kagemusha (1980) de Akira Kurosawa). La historia no tiene muchas novedades: un maestro samurai ciego (nada que ver con la horrible Blind fury (1989) con Rutger Hauer, éxito de mi adolescencia cinéfila) disfrazado de masajista llega a un pueblo, que soporta el enfrentamiento de distintas bandas criminales. Como imaginarán, el ciego se hará cargo de defender a los pobres y ausentes, con gran despliegue de peleas, sangre y sablazos a lo animé. Hay traiciones, delaciones, mentiras, asesinos a sueldo, jefes entre las sombras y víctimas inocentes. Parece una de samuráis dirigida por Scorsese (¿se imaginan un Joe Pesci japonés?). Ahora, esta libertad creadora, esta mente abierta – que quizá sea la percepción que uno tiene desde una cultura que se plantea como opuesta, o al menos bastante distinta – y con la que vengo insistiendo a lo largo de este texto, se manifiesta con toda su desfachatez en el cuadro final de la película: una increíble coreografía de tap americano, a lo Ziegfeld Follies, pero con la escenografía y vestuario del Japón del siglo XIX. Una escena injustificada en la continuidad de la historia pero que engarza de manera magistral y natural, y termina haciendo pensar como imposible cualquier otro final (y ojo, que no estoy revelando el final de la película, por ahí estoy arruinando la sorpresa, pero no es tan grave).
Tres recomendaciones, tres películas fáciles de encontrar en cualquier videoclub. Tres películas editadas hace un tiempo, ya del lado de los saldos. Bueno y barato: chiches asiáticos de bazar de todo por dos pesos (aunque menos kitsch y más perdurables).

Méndez Calzada, "Y volvió Jesús a Buenos Aires"


Música: "Fire in Cairo" The cure
Hora: 22:30 (y eso que comimos temprano para dormirnos idem)

Está bien: lo compré porque estaba barato y me sonaba de algún lado. Lo hacía un escritor a "lo Florida": un poco rebuscado, bastante elitista, de narrativa aburrida y sentimiento conservador, nacionalista, católico o los tres juntos. Pero estaba barato y una mesa de saldos es una tentación difícil de superar. La cuestión es que sin ser un libro de aquellos, no aburre y tiene unas perlitas que lo alejan bastante de la alcurnia rancia y prepotente de los Floridas menos ilustres. Trabajó en "La Nación" (y bueh!, perfecto no es nadie) pero en los relatos se suelta ciertos comentarios que lo emparentan más con la provocación de Cambaceres, antes que con los chistes etimológicos del Borges solo para entendidos. Por ahí dice: "para indignar a las personas graves - graves, graves, graves - y para divertir a los niños - pequeños, pequeños, pequeños" y la verdad que debe haber jodido a más de uno cuando se publicó (1926, sí el mismo año de "El juguete rabioso", "Don Segundo Sombra", "Molino rojo" y siguen las firmas***). El tipo tiene un humor ácido, que más de un existencialista rioplatense desearía para su literatura emo. Historias que parecen apuntar a un final moralista insufrible giran con un final terrible en su ironía y humor negro. Una mirada emparentada al Olivari de la fealdad, al flaneur (pequeño orgasmo crítico literario, por fin pude utilizar esta palabra) Arlt recorriendo la ciudad en sus aguafuertes, al Tuñon escupiendo mierda en los arrabales. ¿Este tipo es un Florida? Qué esquemática que nos enseñaron la literatura argentina (y no solo en el secundario). Recomendación: no se guíen por el primer cuento.


***Propuesta: años claves en la cultura. Así como 1926 es para la literatura argentina, ¿pensaron en 1991 para el rock? Una pequeña lista de discos editados en ese año:
Blood sugar sex magic, Red Hot Chili Peppers
Nevermind, Nirvana
Ten, Pearl Jam
Use your illusion I y II, Guns n Roses
Badmotorfinger, Soundgarden
Gish, The Smashing Pumpkins
y un largo etc.